desculpem,
não resisto a colocar mais um texto do blog
"el adarve" um blog de
Miguel Ángel Santos Guerra
esperando que se sintam inspirados não só pela acutilância da observação cívica, profissional, ciêntífica e emocional,
mas também porque fala dizendo coisas sérias com a capacidade de utilizar as palavras para dizer o que precisa (de facto) ser falado.
afinal de que (e para quem) serve o conhecimento se não for para criar reflexão e sabedoria?
no meio de tanto pró-"lixo tóxico"
uma profilaxia
com palavras que contam retratos da
(nossa própria)
história
"jefes tóxicos"
"Acabo de leer un interesante libro de Iñaki Piñuel, cuyo título sirvió de anzuelo para mi curiosidad: “Neomanagement. Jefes tóxicos y sus víctimas”.
A juicio del autor, hay jefes que no sólo no ayudan, ni estimulan, ni coordinan, ni alientan a los súbditos sino que los envenenan, los destruyen, los humillan, los ‘carbonizan’.
La palabra autoridad proviene del verbo latino auctor, augere, que significa hacer crecer. Tiene autoridad aquella persona que ayuda a crecer. Las otras tendrán, quizás, poder. Y pueden utilizar el poder para aplastar, silenciar, impedir el crecimiento y hacer la vida imposible. O bien para todo lo contrario. Cuando se utiliza el poder de esta segunda forma se llega a tener autoridad.Me indigna la actitud de las personas que, colocadas en el poder por quienes los eligen, lo utilizan luego para despreciar despóticamente a quienes deben la posibilidad de mandar. Olvidan que, en una democracia, quien tiene el poder es el que elige.
Quien ha de servir es el que ha sido colocado en el poder.
Hay otras formas de llegar al poder, al margen de la elección democrática. Por designación, por concurso, por dinero, por herencia, por enchufe, por la fuerza…
Sea cual se la forma de acceder a un cargo, hay muchas opciones de actuación, infinitas formas de comunicación con los subordinados… Conviene instar a quien tiene el poder a que reflexione sobre el mejor modo de ejercerlo en beneficio de los fines que se persiguen (sin olvidar que el fin no justifica los medios) y sobre la ética que ha de presidir la comunicación humana (teniendo en cuenta que la dignidad de las personas ha de ser inviolable).
La toxina es un veneno producido por los organismos vivos.
Se entiende que el veneno, en este caso, es de naturaleza psicológica. Los efectos que produce en las víctimas el veneno que le inoculan los jefes perversos son de diversa naturaleza e intensidad: destrucción del autoconcepto, condena al ostracismo, incremento desmedido del trabajo, anulación de estímulos, taponamiento en el escalafón, angustia, degradación de categoría, desmoralización….
El jefe tóxico se siente superior, se cree superior.
Los más acomplejados tienen que mostrar más claramente esa pretendida superioridad.Qué decir del jefe tóxico varón cuando tiene bajo sus órdenes a una mujer eficaz siendo él un inútil. La única forma que tiene de sentirse importante es anularla. No soporta que una mujer diligente, guapa y feminista (todas deberían serlo) le esté recordando a cada minuto su nimiedad, su incompetencia, su inutilidad. Si la puede eliminar, la elimina. Si la puede humillar, la humilla. Si la puede arrinconar, la arrincona. Porque es un miserable y un cobarde. La luz que desprende una mujer brillante deja al descubierto la basura que cubre al jefe misógino.
Me gusta ver en la realidad y en las películas situaciones en las que un jefecillo déspota es puesto en su sitio por un superior sensible.
Los jefecillos tóxicos suelen ser serviles con quienes tienen por encima en el escalafón. Son duros con las espigas y blandos con las espuelas.
Claro que, ante un jefe tóxico, la mejor forma de reaccionar es la inteligencia y el desdén.
Quizás conozca el lector esta elocuente historia. Un jefe cruel pretende castigar a una persona honesta que tiene bajo su mando acusándola de graves delitos que no ha cometido. Como ésta manifiesta insistentemente su inocencia, el jefe pretende entregar su suerte al destino. Le dice que le va a someter a un juego de azar. Meterá en un bolsa dos papeles. En uno está escrita la palabra inocente. En el otro, la palabra culpable. Si saca el primero quedará en libertad. Si saca el papel con la palabra culpable, será castigado. El jefe mete en la bolsa dos papeles en los que ha escrito la palabra culpable. Así se asegura de que será castigado. Llegado el momento, le pide al acusado que saque uno de los dos. Éste se queda pensativo antes de hacerlo. Con decisión, mete la mano en la bolsa, saca uno de los papeles y con rapidez se lo mete en la boca y se lo traga.
– Desgraciado, dice el jefe, ¿qué haremos ahora?
– Muy sencillo, responde el sagaz subordinado: veamos qué papel está dentro y así sabremos cuál es el que he sacado.La estrategia había sido perfecta. Le tuvieron que absolver. Descubrir la trampa hubiera sido un bochorno para el jefe. Ojalá que la inteligencia se pusiese siempre del lado de la bondad.
¿Quién no conoce a jefes que han sido colocados donde están por haber sido aduladores, trepas, servidores acríticos de quien tiene el poder de nombrarlos? Una vez en el poder se vuelven duros, déspotas, crueles.
Existe para mí un criterio decisivo para valorar la actuación de un jefe: ¿a quién desea tener contentos, a los de arriba o a los de abajo? Si es adulador con quienes mandan y cruel con aquellos a quienes tiene debajo, yo creo que es un jefe tóxico.
Los jefes tóxicos suelen actuar de forma casi natural en organizaciones tóxicas y aprenden fácilmente de otros jefes tóxicos a los que han visto actuar o de los cuáles han sido víctimas. Los jefes tóxicos agresivos suelen ser tolerados y tratados con mucha tolerancia atribuyendo su actuación al hecho de ser ‘personas con carácter’ o sencillamente con la explicación de que ‘son así’ o de que ‘hay que aceptarlas como son’.
Los jefes tóxicos hacen uso y abuso de estereotipos rígidos y negativos sobre las personas: “piensa mal y acertarás”, “la gente nunca es sincera”, “las personas tienden a aprovecharse de tu bondad”, “un comportamiento amable encubre intenciones interesadas”, “es necesario guardar las distancias”, “no hay que fiarse de nadie”, “pedir ideas a los demás es mostrar debilidad”, “no conviene dar confianza a las personas, pues luego abusan de ti”, “la participación supone la abdicación de la autoridad”, “si muestras debilidad se te suben a las barbas”…
Los jefes tóxicos deben ser derrocados por el sentido común de quien los nombra o por la actitud democrática de quienes los padecen. Es necesario practicar la valentía cívica, que es una virtud democrática que exige comprometerse con causas que, de antemano, sabemos que están perdidas."
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