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"Cuenta una vieja leyenda de los indios sioux que, en cierta ocasión, llegaron hasta la tienda del brujo de la tribu dos jóvenes enamorados.
– Nos amamos, empezó el joven guerrero.
– Queremos casarnos, dijo ella con entusiasmo.Le pidieron un hechizo, un conjuro o un talismán para que su amor no desapareciese nunca. El viejo los miró y se emocionó al verlos tan jóvenes, tan ilusionados, tan anhelantes.
– Hay algo, dijo el brujo, pero no sé, es una tarea muy difícil, muy arriesgada, llena de sacrificio.
– Estamos dispuestos a todo, por difícil y arriesgado que sea, dijeron al unísono.
– Nube Azul, dijo el brujo, ¿ves el monte al norte de nuestra aldea? Deberás escalarlo tú sola, capturar un águila sin herirla y traerla sana y salva hasta aquí.. Y, tú, Toro Bravo, deberás escalar la montaña del trueno, capturar un cóndor sin causarle herida alguna y traerlo hasta mi presencia.
Seguidamente les indicó a ambos la fecha exacta en la que deberían estar en su tienda con las aves. Los dos jóvenes se abrazaron con ternura y partieron a cumplir la misión encomendada. El día establecido, frente a la tienda del brujo los dos jóvenes esperaban con las aves capturadas El viejo les pidió que, con sumo cuidado, las sacasen de las bolsas. Eran verdaderamente hermosas.
– Y, ahora, ¿qué haremos, preguntó el joven impaciente. ¿Las mataremos y beberemos su sangre en honor de nuestros antepasados?
– No, dijo el brujo.
– ¿Los cocinaremos y comeremos para aprender el valor a través de su carne?
– No, repitió el brujo. Haréis lo que os voy a decir. Tomad las aves y atadlas por las patas.El guerrero y la joven hicieron lo que les pedía y soltaron las aves. El águila y el cóndor rodaron por el suelo, forcejearon hasta hacerse daño y se picaron hasta herirse. No pudieron despegar el vuelo.
– Este es el conjuro, dijo el viejo. Jamás olvidéis lo que habléis visto. Vosotros sois como un águila y un cóndor. Si queréis que el amor entre vosotros perdure, volad juntos, pero jamás atados.Sabio consejo. Válido para las historias de amor, para las relaciones educativas, para las empresas políticas… Las ataduras acaban por destruir la libertad, por impedir el avance y por causar heridas irreparables.
No es fácil entender que la libertad es la base del auténtico crecimiento personal pero, también, de la relación auténtica que nos permite estar con el otro sin dejar de ser nosotros mismos. Hay relaciones amorosas muy destructivas, que impiden elevar el vuelo. El amor como posesión acaba con la libertad y la felicidad de los integrantes de la pareja.La educación es una tarea que consiste en ayudar a que los otros aprendan a pensar por sí mismos, a decidir por sí mismos, a tener su propio cuadro de valores.
Holderlin utiliza una hermosa metáfora para expresar la necesidad de la autonomía y de la independencia. Los educadores, dice, forman a sus educandos, como los océanos forman a los continentes: retirándose. Para que el continente emerja, las aguas tienen que retroceder. Si el agua anega la tierra, el continente no podrá existir. Lo que nos dicen los alumnos a los educadores es lo siguiente:
– Ayúdame a hacerlo sólo.
Decía Concepción Arenal:
“No hay animal tan manso que, atado, no se irrite”.
El problema radica en que, a veces, las ataduras no provienen de quien tiene autoridad sino de quien se siente súbdito. Es, entonces, muy difícil la liberación. Porque el súbdito sólo se siente seguro cuando está bien atado al que manda, cuando le dicen lo que tiene que pensar y lo que tiene que hacer.
“Nadie es más esclavo que el que se siente libre sin serlo”, decía Goethe.La libertad no es solamente un derecho, es un deber.
Decía Albert Camus que “la libertad no está hecha esencialmente de privilegios sino, sobre todo, de deberes”.
Volar al lado de otro exige esfuerzo, generosidad y renuncia.Vivimos en una sociedad que, por diversos caminos, pretende hacernos súbditos. Genera ataduras que nos impiden ejercer la libertad.
El poder tiende a crear súbditos, es decir, personas que no piensen por sí mismas (ahí está la publicidad, el pensamiento único, la persuasión electoral…), que no actúen según su propia voluntad (ahí están las costumbres establecidas, las normas externas que se imponen a la conciencia, los intereses a los que quienes mandan pretenden que sirvan los que obedecen…).
Hay que romper ataduras que nos impidan volar libremente. Lo cual no significa que no tengamos el compromiso de volar con otros en una determinada dirección. Lo decía certeramente Gustave Thibon: “El hombre sueña con escapar, pero no debe correr para ser libre. Si uno huye de sí mismo, su prisión irá con él”.
El concepto clave es, pues, el de liberación.
Nos lo dice José Antonio Marina en el hermoso libro que acaba de publicar, titulado ‘Aprender a vivir’ (Ariel): “La historia de la libertad humana, en el plano personal o social, es la historia de múltiples liberaciones. Nos podemos liberar del tirano, de la ignorancia, del miedo, de la furia, de las coerciones sociales injustas, de nuestro propio pasado”…
Hay que romper las ataduras y volar juntos libremente. En el amor, en la educación y en el ejercicio de la ciudadanía."
Miguel Ángel Santos Guerra
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